jueves, 16 de enero de 2014

Día 2.


16/01/14

20:46

Segundo día. Con terribles agujetas en los tobillos, cuádriceps y glúteo, he bajado con mis pocas ganas a correr. Nada más empezar, corría como un pato cojo, aunque en menos de un minuto, al calentarse los músculos, volvía a sentirme cómodo y mis piernas respondían igual de bien.
Esperaba, ya fuese por las agujetas o por el cansancio de las piernas de correr el otro día, que mi ritmo sería más lento, pero para mi sorpresa, ha sido incluso un poquito más rápido que la otra vez.

La respiración sin embargo, casi antes de llegar a Plaza Cataluña, ya era forzosamente utilizando la boca y la masiva salivación que padecí el otro día, apenas estaba hoy presente. He corrido esquivando gente y recibiendo de cara el viento frío que hace estos días, lo que me dejaba las manos heladas y los brazos a través de la sudadera también bastante fríos. Ahora comprendo a esos corredores embutidos en mallas y ropa térmica.

Aún con todo, el ritmo y mi concentración no se han resentido. Hoy he tenido menos tiempo para pensar en mis cosas. Apenas puedo recordar si he pensado en algo. Más bien tenía la mirada fija en el suelo o en el horizonte, sobre todo en las cuestas, y me concentraba en respirar. Las piernas y el impulso de los brazos no decaía, y mi ánimo tampoco.

La cuesta del Parque Berlín, la calle Marcenado, pensaba que iba a ser dura, pero sin embargo la he subido sorprendentemente cómodo. Mientras veía algún corredor parar a la mitad o todos de bajada, yo subía escalando paso a paso sin ceder a la tentación de bajar el ritmo. Una vez arriba, me alegraba de que Marcenado fuera en descenso, porque aunque la pendiente me obligaba a subir un poco el ritmo, la respiración comenzaba a ponerse seria.

Ya cuando había llegado al cruce con Sanchez Pacheco, he decidido probar a alargar un poco más el recorrido. Siguiendo por Marcenado que ya volvía a subir en pendiente, he llegado Hasta García Luna, donde he girado y subido toda la calle intentando aguantar lo máximo posible el ritmo.

Mis ojos ya los tenía clavados al final de la calle, mi meta del día. Cada cruce que pasaba, cada esquina que superaba, me decía a mí mismo: “tres esquinas, dos esquinas, una esquina…”. A estas alturas como supondréis, andaba ya rozando un poco la línea de lo que se diría cómodo y agitado, a estoy jodido y no puedo más.

Por fin, al llegar al final, me he detenido. Ojos llorosos, la respiración a tope y el pulso bastante acelerado. El hormigueo caliente de las piernas se agradecía en contraposición a las manos heladas, ¡heladas!, que tenía.

Con todo, otro día más que consigo mover el culo. Y es que todo se concentra en eso. En bajar a la calle por mucha pereza que de. Por mal tiempo que haga. Solo salir y correr…

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